Para que un huracán se forme, la superficie del mar debe superar los 27 °C, con una capa profunda de agua cálida que alimente la tormenta
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Entre junio y noviembre, el Caribe, el Golfo de México y la Costa Este de Estados Unidos se convierten cada año en el escenario más activo del planeta para la formación de huracanes.
Esta concentración de tormentas no es casualidad: responde a una combinación única de condiciones climáticas, geográficas y oceánicas que hacen de esta región el “corredor natural” de los ciclones tropicales del Atlántico.

Huracanes
El principal factor es la temperatura del agua.
Para que un huracán se forme, la superficie del mar debe superar los 27 °C, con una capa profunda de agua cálida que alimente la tormenta.
Estas condiciones son constantes en el Atlántico tropical, especialmente en el Caribe y el Golfo, donde el calor se acumula durante todo el verano.
El aire cálido y húmedo asciende, se condensa y libera energía, generando una reacción en cadena que da origen a la tormenta.
A esto se suma la influencia de los vientos alisios, que soplan de este a oeste desde África hacia América, transportando ondas tropicales que sirven como “semillas” de los huracanes.
Al llegar al Atlántico occidental, estas perturbaciones encuentran el combustible perfecto: océanos cálidos, alta humedad y poca variación del viento con la altura.
La rotación de la Tierra, conocida como efecto Coriolis, también es clave, ya que permite que los vientos giren y se organicen alrededor del centro de baja presión.
Por eso los huracanes solo se forman entre los paralelos 10° y 30° norte, donde esta fuerza es lo suficientemente fuerte.
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Finalmente, la presencia del anticiclón de Bermudas-Azores influye en su trayectoria, empujándolos hacia el Caribe, México o la costa estadounidense.
Su posición cambia cada año, lo que explica por qué algunas temporadas son más activas y destructivas que otras.
Fuente: BBC






